«Diferencias entre el reino vegetal y el animal», es un título que parece propio de un tema de ciencias naturales para niños pequeños. Hasta los niños más pequeños saben que, excepto en la ciencia ficción, donde los árboles son capaces de hablar con las personas y caminar llevando a sus espaldas rechonchos «hobbits», un árbol es un ser vivo con una concepción de la dinámica y el tiempo radicalmente opuestas a las de un animal. Sin embargo, no todo en los árboles es tan lento e inmóvil como parece desde la visión del observador ajetreado, y en ocasiones, mirar con detenimiento puede ser necesario. Éste blog trata de todo lo que tiene relación con el decaimiento forestal de las encinas y alcornoques, árboles poco sospechosos de llevar una vida ajetreada, pero seriamente amenazados en la actualidad por el decaimiento de las dehesas.
Para determinar el estado sanitario en árboles, generalmente hay que evaluar la presencia de síntomas más o menos genéricos o específicos (clorosis, defoliación, deformación de tejidos vegetales, anomalías en el crecimiento de tejidos, en la producción,…), daños relacionados con la gestión de los espacios o las explotaciones (producidos por el ganado, podas incorrectas, daños por aperos,…) o en otros casos, el síntoma es en sí mismo la presencia del patógeno (insectos defoliadores, xilófagos y barrenadores, puestas, cuerpos fructíferos de hongos, chancros, …). Pero en algunos casos, como es el de la influencia de los oomicetos en la podredumbre radical, relacionada con el decaimiento de encinas y alcornoques, ninguna de éstas señales son visibles, al menos hasta que la solución al problema es complicada, o imposible.
Árboles poco sospechosos de llevar una vida ajetreada, pero seriamente amenazados en la actualidad por el decaimiento de las dehesas
Sin embargo, los árboles tienen una dinámica mucho más activa y variable de lo que en principio podríamos imaginar, y que se ve afectada por las enfermedades y los patógenos del mismo modo que las constantes de un animal ante el ataque de un virus o un parásito. Las tasas metabólicas de respiración y fotosíntesis, y la temperatura relativa de los tejidos respecto a las condiciones externas, la apertura y el cierre estomático y por tanto, los flujos de savia, el estátus hídrico de la planta y su capacidad de absorción de nutrientes y agua, la composición química de los tejidos verdes y los espectros de emisión y absorción a los que dan lugar, son variables que como nuestro pulso, nuestra temperatura corporal o el nivel de inmunoglobulina de nuestra sangre, varían ante una agresión del medio, en cuestión de días, horas o incluso minutos.
Se le puede tomar el pulso a una encina, «monitorizar» las variables fisiológicas del árbol como si se tratara de la tensión o el pulso de un animal. Un TDR que mida el agua disponible del suelo, unido a un medidor de flujos de savia y a un sensor de temperatura de copa, nos da idea de la capacidad del árbol de intercambiar agua y nutrientes con el medio. La medida del potencial hídrico en momentos puntuales mediante una cámara de Scholander nos ofrece más información al respecto y nos habla del estátus de un árbol como cuando se toma la temperatura corporal de un paciente. El crecimiento también se puede monitorizar, con una sensibilidad que nos permite ver incluso las diferencias en el volumen del tronco entre el día y la noche. Incluso la fotosíntesis se puede inferir de forma contínua, a través de variables relacionadas con ella: un sensor PAR que nos informa de la radiación recibida, un sensor térmico, de la temperatura de copa, o uno de esos Drones que tan de moda están ahora, nos puede suministrar información a través de imágenes de la composición bioquímica de las hojas, donde la proporción de pigmentos está ligada al ciclo de las xantofilas y a la capacidad fotosintética…
Sistemas robustos y confiables, y de bajo coste, que nos ofrecen un flujo de datos constante.
¿Ciencia ficción?. No, es realidad. No es simple, y el camino hasta aquí ha sido arduo y complicado, pero en la actualidad se dispone de sistemas robustos y confiables, y de bajo coste, que nos ofrecen un flujo de datos constante, que nos permite tomarle el pulso a las encinas de día y de noche, como en una Unidad de Cuidados Intensivos.
Nuestra UCI del encinar se encuentra actualmente en el Andévalo occidental, una comarca duramente afectada desde hace años por la pérdida de ejemplares centenarios de encinas, y la desaparición de dehesas y del modo de vida de muchos productores locales. Aquí la UCI del encinar «opera a corazón abierto», aunque ésta vez la alegoría no es sobre los árboles que llenamos de cables y antenas, sino sobre los propietarios de dehesas, que miran sus encinas llenas de «cachivaches» con el corazón abierto, y nos abren las puertas de sus propiedades con un sentimiento de pérdida y desesperación, como se le abre la puerta de tu casa al médico que llamaste porque un familiar se encuentra mal. Este es el sentimiento que más importa, y que aún no hemos sido capaces de monitorizar.